Ventiscas Negras

de Jochewi


Bajo la luz del mediodía se podía ver a Rayco en el centro de la arena, alzando las manos y enloqueciendo a la muchedumbre. Los cadáveres de dos bestias yacían en el suelo ya sin vida a causa de las estocadas propiciadas por aquella extraordinaria lanza que, empuñada con firmeza en las letales manos de aquel medio hombre y medio máquina, parecía ser la mismísima arma del diablo.

Con el pecho salpicado de sangre de achillobator y con un tajo en la pierna se enfrentó cara a cara a la última y más grande de las tres bestias; Beberly. Se podía sentir la furia de aquella enorme achillobator por la perdida de sus compañeros, pero también su miedo, al ver como Rayco había acabado con ambos en un abrir y cerrar de ojos, y que este ahora se aproximaba hacia ella.

El animal bramó con fiereza y adoptó una actitud amenazadora, pero eso no detuvo al Androide Invicto, que prosiguió avanzando hacia la bestia, decidido a atravesarla de lado a lado con su lanza. Entonces ella titubeó por un instante, y luego lanzó un ataque calculado, saltando hacia Rayco y enganchándose a su escudo con una de las patas para tratar de arrebatárselo, pero en ese momento Rayco le propició una estocada fulminante a la altura del estómago que dio fin al combate.

La achillobator soltó un alarido de dolor y se desplomó en el suelo, trató de arrancarse la lanza con las fauces, pero esta había quedado profundamente clavada en su abdomen y habría atravesado carne, órganos y huesos. Rayco se apartó del animal y se dirigió hacia el público con vacilación: -¡¿Esto es todo lo que pueden hacerle a Maxorata?!- Gritó el cyborg, y la multitud enloqueció. Era tal la euforia entre el público que algunas mujeres mostraban los pechos y lanzaban piropos al campeón, mientras que los padres subían a sus hijos a hombros para que vieran mejor el espectáculo. Beberly pataleó y trató de ponerse en pie, pero era demasiado tarde para el animal, en cuestión de segundos la lanza se iluminó por completo de un color verde claro e intenso, y luego ocurrió lo mismo en la herida y en los ojos del animal, que comenzó a jadear y a retorcerse.

Entonces se escuchó un suave pitido, un segundo pitido, y un tercero. Por último, un estallido hueco sonó desde las entrañas de la bestia. Colgajos de carne salieron disparados de su estómago y quedaron desperdigados por toda la arena. Beberly pereció súbitamente y se produjo un silencio, mientras que la luminiscencia verdosa que envolvía a la lanza y que brotaba de los pedazos de la carne muerta se apagaba progresivamente. Rayco miró hacia el palco donde estaban sentados el organizador de los juegos, su mujer y el resto de la familia Barrios, se dirigió con decisión a lo que quedaba de bestia, le sacó la lanza del vientre y la alzó sobre su cabeza. La muchedumbre rugió y vitoreó al Androide Invicto, era su vigésimo novena victoria consecutiva, y el público adoraba ver su despliegue teatral.

El promotor de los juegos se levantó de su asiento y alzando las manos hizo un gesto para acallar a las masas. Esperó pacientemente y cuando supo que tenía la atención de la mayoría de los allí presentes; recitó su discurso.

-Esta ciudad ha resistido ante los constantes ataques de las bestias traídas a nuestras islas desde los mismísimos confines del planeta. Esta ciudad ha resistido, tal y como lo ha hecho El Androide Invicto-.

Un rugido de orgullo procedente de las masas hizo que se detuviese su discurso y tuvo que esperar para seguir hablando.

-Traídas aquí con un propósito. Destruir a nuestra civilización. Quienes las traen a nuestras costas las utilizan para saquear y destruir esta hermosa cultura. Y así como ha peligrado la vida del Androide Invicto, peligrarán nuestras vidas si no hacemos algo al respecto.

Rayco ha luchado y sangrado por Maxorata en este día ¡Y a vencido!-.

Más vítores, y en cuanto pudo continuar; lo hizo.

-Pero eso no es suficiente, seguirán trayendo mas bestias como estas si no atajamos el problema de raíz-.

Hizo una breve pausa y dirigió su brazo con furia para señalar una de las dos únicas entradas a la arena. Entonces siguió hablando, mientras se abría el enorme portón que separaba a Rayco de su terrible maldición. Esta vez el promotor de los juegos alzó la voz, para que se le escuchase alto y claro.

-¡He aquí a las culpables del mal que ha sufrido la ciudad de Maxorata! ¡Estas son las responsables de nuestras perdidas! ¡De vuestros hijos arrebatados! ¡Y también de vuestros esposos y esposas, hermanos y hermanas! Pero ahora están en esta arena… ¡Bajo nuestras cadenas! Y han sido traicionadas por su propio pueblo, que las han entregado en acto de buena fe para que paguen por sus crímenes ante la justicia de Maxorata-.

Por la enorme puerta salieron tres muchachas que no tendrían más de dieciséis veranos, sin armas, demacradas y llenas de magulladuras y cicatrices. Ninguna levantó la vista del suelo hasta que el promotor mencionó nuevamente a las bestias.

-Aquí están sus criaturas de guerra ¡Aplastadas por la mano imparable de nuestro campeón!-. La muchedumbre volvió a rugir una vez más, una de las muchachas se derrumbó tras escuchar estas palabras, se hizo un ovillo en el piso y comenzó a llorar, pero la mayor de ellas; Arminda, estalló en cólera y se abalanzó contra Rayco, en un intento estúpido por quitarle la lanza, pero este esquivó a la muchacha sin despeinarse y la inercia la hizo caer al suelo bruscamente. La chica parecía no tener energías para levantarse, y quién sabe cuantos días habrían pasado las tres jóvenes en las jaulas, en condiciones pésimas, hasta el día de su juicio.

-Muertas ya no serán un problema para nosotros, pero… ¿Qué deberíamos hacer con las mentes que causaron la muerte de nuestros seres queridos?-.

Los espectadores más sanguinarios no tardaron en formar un coro <<¡MUERTE! ¡MUERTE! ¡MUERTE! ¡MUERTE!>> exigían, el promotor, con una sonrisa de satisfacción en su rostro, agitó las manos para acallarles.

-Los dioses han hablado al traerlas hasta nosotros y ahora los dioses hablan a través del pueblo de Maxorata- dijo el promotor. – Rayco, ejecútalas- fue su última sentencia.

El tipo que había matado a más de cuarenta personas y sesenta y tres bestias en aquella misma arena, se quedó bloqueado, mirando fijamente a la muchacha, a la cual el alma parecía estar abandonándole, allí tirada en la arena y despojada de su fuerza, pareció como si el tiempo se congelase. Aquella máquina de matar se quedó allí de pie sin hacer nada durante un buen rato y entonces el promotor comenzó a inquietarse ante tal insolencia – Rayco ¡Ejecutalas! Vamos-.

Rayco sabía el destino que le depararía si no obedecía la orden. Si estaba vivo era gracias a su cuerpo biomecánico, así que su cuerpo no le pertenecía plenamente por derecho, como solía ocurrir con la mayoría de cyborgs, así eran las leyes en Maxorata; hasta que un cyborg no saldaba su deuda era propiedad de su amo, y si un cyborg no cumplía con las obligaciones para con su amo; el amo tenía el derecho a penalizarlo o castigarle, o incluso a rescindir el contrato y desguazar al cyborg.

Así que Rayco, un ser que había hecho todo lo que había hecho por el honor y por la gloria, en una búsqueda imparable por obtener la perfección absoluta, se encontraba allí paralizado, con un tajo en la pierna y otro en el espíritu, teniendo que elegir entre morir o acabar con la vida de tres criaturas indefensas y maltratadas, un acto despreciable y carente de honor según los valores que le había inculcado su maestro.

El promotor volvió a reprocharle y entonces Rayco reaccionó. Ejecutó primero a la muchacha que tenía a sus pies, Arminda; murió de forma rápida y limpia, la lanza le atravesó la nuca cortando su médula espinal. Como si estuviera dirigido por control remoto se dirigió a las otras dos chicas, parecía que había abandonado su mitad hombre, podías notarlo en sus movimientos. Las muchachas estaban la una junto a la otra, y apenas se habían alejado unos metros de la entrada este de la arena. La más joven; Fayna, estaba temblando de miedo y gimoteando, y había estado clavada en el sitio mirando al suelo desde que entró a la arena, parecía que la chiquilla se había creado la idea en su cabeza de que si no se movía y no miraba a nadie, nadie podría verla. La otra muchacha, la mediana; Arecida, se sentó de rodillas y agarró dos puños de arena salpicada de sangre entre sus manos mientras que Rayco se aproximaba a la más joven, cuando aquella mole bañada en sangre estuvo cara a cara frente a la chiquilla esta debió imaginarse lo que le deparaba, porque se meó encima, y cuando fue atravesada por la lanza de Rayco el silencio se apoderó del anfiteatro. Arecida; la última de las tres en morir, cerró los ojos y comenzó a murmurar, dejando caer poco a poco los granos de arena que sostenía en sus manos. Rayco fue el único que pudo haber escuchado las palabras que salieron de la boca de aquella salvaje. Tal vez se sintió obligado a dejarla hablar, ya que al fin y al cabo iba a quitarle la vida. Rayco esperó hasta que la salvaje pronunció su última palabra ante la mirada impaciente de su amo y entonces la ejecutó del mismo modo que a las otras.

Justo en ese momento el viento se embraveció y una ventisca de polvo negro y tóxico surgió desde mar adentro y se dirigió hacia la costa lentamente, cayendo sobre la ciudad como la noche, y en cuestión de horas infestó los campos y también el agua, asfixiando a personas y animales a su paso. Cundió el pánico, se suspendieron los juegos y la gente comenzó a abandonar el anfiteatro en masa, la ciudad se había sumido en el caos. Muchos murieron aplastados y pisoteados por la avalancha de gente enloquecida intentando huir de la maldición. La ciudad de Maxorata acabó cubierta por la oscuridad, y solo sobrevivieron quienes pudieron huir a tiempo y los que se refugiaron en sus bunkers bajo tierra hasta que el polvo se disipó. Fue la primera vez que se había visto algo como eso y no parecía otra cosa que la furia de un ser divino que estaba descontento con lo que allí había ocurrido. Rayco había sido maldecido, ya fuera porque el androide había permitido que la salvaje pronunciase aquellas palabras o por dudar ante la voluntad de los dioses, o al menos esa fue la conclusión a la que llegaron los que estuvieron allí aquel día, que culparon a Rayco de las ventiscas negras que asolaron la isla de Maxorata durante los años venideros.

Nadie sabe exactamente lo que ocurrió con Rayco después de aquello, algunos piensan que huyó aprovechándose del revuelo, otros creen que acabó siendo ejecutado por su amo, pero una cosa es segura, Rayco no murió por culpa de aquella ventisca negra, el sistema respiratorio artificial que tenía implantado podía filtrar cualquier químico.